martes, 8 de abril de 2014

Silencio

...Dio media vuelta, su oscura mirada se posó en el individuo.

De dos zancadas alcanzó al jóven, lo tomó por el cuello, lo levantó de su asiento y lo azotó ruidosamente contra el suelo. Llevó su mano al pesado bolsillo, apuntó a la indefensa víctima: “¡Bang!”.

Se acomodó el saco, la corbata y el desaliñado peinado. Miró a la perpleja audiencia y dijo:

-”...Como decía: no toleraré interrupción alguna en mi clase ¿alguna duda jóvenes?”

No hubieron más preguntas.

viernes, 17 de mayo de 2013

Tenga para que se entretenga. (Pastiche. Homenaje a José Emilio Pacheco)



Alejandra vivía en un complejo de apartamentos junto con su hijo Daniel de 6 años. Como ella acudía a la universidad y vivía de la manutención del padre del niño, su suegra (doña Elena) cuidaba de Daniel por las tardes un par de horas en lo que ella salía de clases.
En el camino de regreso, Alejandra y Daniel pasaban por un terreno baldío, que en alguna momento había sido una tienda con un amplio estacionamiento, pero debido a la ubicación de éste, fue demolido para hacer un paso al desnivel y evitar el tránsito que se armaba todas las mañanas y también por las noches sin falta. Dicha construcción por su magnitud era realizada sólo muy entrada la noche, por lo que en la mayor parte del día se había convertido en un gigantesco arenero donde a todos los niños del barrio les gustaba jugar, incluyendo Daniel.
Un día como cualquiera, Alejandra y Daniel pasaron frente a dicho terreno, Daniel le pidió a su mamá pasar a jugar y como cualquier otro día Alfonsina aceptó sin ninguna objeción.
Normalmente Alejandra se sentaba en un pedazo de concreto a observar a su hijo jugar con los otros niños, sin embargo ese día estaba desierto el lugar. Alejandra tuvo un mal presentimiento pero no quiso decepcionar a Daniel, pues ella sentía una terrible culpa siempre que su hijo se ponía triste.
Alejandra se sentó en el mismo pedazo de concreto con la mochila y lonchera de su hijo a un costado y observó a Daniel correr y desaparecer hacia los montículos de arena y grava. Le gritó que no se alejara mucho, y no dejó de hacerlo hasta que Daniel le respondió con otro grito a lo lejos: “¡Sí mamá!”.
Alejandra se tranquilizó cuando al poco rato regresó Daniel con una niña como de su edad, supuso que debían de haber otras personas al otro lado del terreno.
- Mamá, ¿le puedes cuidar sus cosas a Alfonsina?
A Alejandra no le hizo mucha gracia tener que hacerse cargo de las cosas de otro chamaco, para eso estaban sus papás.
- Dice que si su patrón la ve jugando con los periódicos le van a pegar - Dijo Daniel extendiéndole un pequeño paquete con periódicos enredados con un largo trozo de mecate.
Fue cuando Alejandra se dió cuenta del aspecto deplorable de la niña: iba muy sucia y descalza vestida con un vestido largo y blanco, claramente de tipo indígena. Estaba llena de polvo que la hacían ver de tez blanca con un par de trenzas que le caían por los hombros. Elvira en un silencio que resaltaba el blanco de sus ojos.
Alejandra sintió lástima de la niña y de todos los niños que se veían obligados a trabajar todavía en aquella época.
-Esta bien, pero nada más un ratito que hay que hacer la tarea, ¿eh Daniel?
Los niños se alejaron corriendo contentos hacia las montañas de tierra que doblaban su pequeña estatura. Alejandra tomó el pequeño paquete de periódicos y lo guardó en la mochila de Daniel y se puso a escuchar música con su celular.
Pasaron unos quince minutos.
- ¡Daniel! ¡Ya vámonos! - Gritó Alejandra. Cómo no recibió respuesta lo volvió a hacer un par de veces. Ninguna respuesta.
Alejandra comenzó a asustarse, agarró sus cosas y caminó hacia la tierra gritandole a Daniel, buscó por los montones de tierra sin ver siquiera alguna pista que ayudara a ubicar dónde habían estado jugando los niños. Alejandra entró en pánico.
Al otro extremo del terreno vió a un par de jóvenes más chicos que Alejandra, tal vez de 15 años, claramente se escondían para fumar alguna porquería, pero en su desesperación a Alejandra no le importó acercarse y pedirles ayuda. Los jóvenes la vieron muy consternada y mientras uno la tranquilizaba y le hacía preguntas el otro llamó por teléfono a quién sabe quién. Al poco rato el lugar se llenó de gente buscando a los niños por todos lados, después llegó la policía, al final la prensa.
La búsqueda de Daniel y Elvira se prolongó por más de un mes, llenándose de problemas debido a que el terreno era una obra pública y estaba prohibido el acceso civil. Los medios se dividieron, unos en favor de Alejandra y otros en su contra, tachándola de mala madre. Al poco tiempo el caso aburrió en los medios y debido a la inexistencia de pistas las autoridades dieron a Alejandra por loca y tras culpar a los jóvenes de cómplices de una red de trata de personas abandonaron las investigaciones y dieron el caso como cerrado.
Antonio Sandoval, compañero de generación de Alejandra (quién estaba interesado sentimentalmente en ella aunque ella ni lo sospechaba) con el pretexto de que el tema de su tesis tenía que ver con la ineptitud de las autoridades del municipio, consiguió que Alejandra lo recibiera en su departamento y le contara toda la historia de primera mano.
- De verdad lo siento mucho -  dijo Antonio, muy sensible ante el relato y sin saber qué decir.
Hubo un silencio incómodo. Alejandra estaba como perdida desde entonces y su mirada estaba llena de tristeza.
- ¿Crees que la niña haya tenido algo que ver? - Antonio rompió el silencio.
- ¿Perdón? - Alejandra regresó de su transe.
- Simplemente me parece extraño que los papás de Alfonsina no hayan ni siquiera tratado de contactarte para saber qué pasó con su hija. -
- Sabes, no había pensado en eso. - Alejandra se sentó al borde de su asiento, interesada en la reflexión de Antonio.
- Por lo que sé que ha salido en los medios, además de tu declaración no hay otra evidencia de la desaparición de la niña. Supongo que alguien por mucho o poco se debiera hacer responsable de ella ¿no?
Se iluminó la cara de Alejandra. Salió corriendo rumbo a su cuarto y regresó con la mochila de Daniel.
- Se me había olvidado por completo, Daniel dijo que Alfonsina tenía miedo de que su patrón le pegara si la veía jugando y algo le pasaba a los periódicos y me los dió... - Dijo mientras abría el cierre de la pequeña mochila. -Tal vez en el paquete viene alguna dirección, un teléfono o algo que nos diga quién es Alfonsina -
-¡Y tal vez ellos sepan dónde está Daniel! - Se emocionó Antonio al haber sido mínimamente de ayuda.
En eso Alejandra sacó el paquete de periódicos, rompió el mecate que estaba muy desgastado y desdobló un ejemplar, decía “El Hijo del Ahuizote”
- ¿El hijo del Ahuizote? - Dijo Alejandra con la voz a punto de quebrar.
- ¿Qué no es de antes de la... Revolución? - Agregó Antonio y se quedó mudo. Se voltearon a ver. Alejandra recordó el aspecto de Elvira y cayó en cuenta lo extraño de su aspecto, y de hasta lo extraño de su nombre para la época (¿Alfonsina? quién se llamaba así en estos días).
Desde que Alejandra juró reconocer a Alfonsina en una vieja fotografía de Revolución, se le puede encontrar en la Hemeroteca, con Antonio, tratando reconocer la cara de su hijo Daniel en alguna fotografía con más de 100 años de antigüedad.

domingo, 2 de octubre de 2011

#SomosCuentaCuentos

Hace casi un mes una amiga y yo escribimos una historia justos, la publicamos originalmente por medio de dos entregas diarias vía Twitter ( @sourpageturner y @kakolukiyam_ ) bajo el hashtag “#SomosCuentaCuentos” a manera de experimento, fué bastante interesante y divertido adaptar nuestra historia a la limitación de 140 caracteres por tweet.

A continuación presento la historia completa, la cual tardó en el famoso microblogging aproximadamente semana y media en publicarse por completo. Espero que les guste ;D

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No sé cómo llegué a vivir en esta cueva cerca del mar. La gente me parece muy extraña y hasta repulsiva; pero… debía comerla para vivir.

Eran comunes las desapariciones en la costa. Todos lo atribuían a las altas mareas. Si alguien fisgoneaba era una ventaja: la comida venía a mí.

Un día llegó un ser humano que no se parecía a ningún otro. Era una chiquilla de unos 14 años. Pequeña, delgada, y de cabello rubio. Me siguió.

Me vio entrar a la gruta cuando la marea era baja. Pisaba huesos de años atrás mientras seguía al viejo raro de melena canosa.

Ella se escondió tras una roca. Yo arrancaba la carne pegada a los huesos de mi última presa. Fingí ignorar su presencia. Ella era la siguiente.

La marea comenzó a subir. Nadie podría haber salido de allí, las corrientes chocaban con una fuerza tal que despedazaría al hombre más fuerte.

No fingí más. Cuando me acerqué la niña salió de su escondite, dio unos pasos hacia lo que quedaba del fallecido, lo señaló y preguntó: “¿me das?”

A pesar de la oscuridad vi sus dientes relucir. Había un brillo de infancia y maldad en sus ojos. En verdad quería probar. Sentí miedo.

Casi no hablábamos, pero no era necesario. No me dijo su nombre. Éramos testigos de los crímenes del otro.

Sólo estábamos juntos para sobrevivir. Comer, matar, coger. No nos amábamos, yo nunca he amado a nadie. Sólo era instinto animal.

Era una asesina nata, yo un aislado social. Ella era cruel, lo disfrutaba. Yo sólo comía carne humana, no sabía relacionarme con los demás.

Vivimos así por varios años. No sé cuánto tiempo pasó. Se convirtió en una hermosa joven y una asesina perfecta.

Ella sabía que era buena en su tarea, había desarrollado su habilidad al máximo. Se confiaba cada vez más, esa fue mi perdición.

Una noche llevó una víctima. Fue distinto. Quería divertirse, torturarla antes de la cena. Así lo hizo. Entonces supo que no necesitaba más de mí.

A la mañana siguiente del festín me encontré solo. No me molesté en buscarla, ya llegaría más tarde. De saber mi destino hubiera huido.

Horas después, escuché un fuerte barullo entrar a la cueva. Lloraba y hacía gala de una gran actuación. La pequeña perra me había delatado.

La habían sorprendido secuestrando un bebé. Mintió, dijo que la había obligado a llevármelo hasta la cueva. A él y a los otros desaparecidos.

Ahora me encuentro esperando a que caiga la guillotina sobre mi cuello, mientras ella sonríe entre el público. Ya no hay testigos que la delaten.

domingo, 19 de junio de 2011

Cuento (Aún sin título)

...Dio media vuelta, su fulminante mirada se posó en el individuo.

La cólera se manifestó en aquel impulso, casi con odio.

Rápidamente, en un instante dio dos pasos y estiró el brazo derecho tomándolo por el cuello de la camisa, soportando todo su peso lo levantó de su asiento y lo azotó contra el suelo con impresionante maestría. Mientas la víctima sorprendida, en la rapidez del acto no opuso resistencia y quedó quieto en el frío suelo.

El agresor, con movimiento diestro, en un instante llevó su mano al pesado bolsillo de su propio saco y en un segundo apuntó: Bang! uno, dos, tres disparos a escasa distancia del indefenso joven. Bang! Bang!

El eco se perdió en el silencio del gran salón. El último soplo del acribillado sujeto se desprendió y despidió al aire. Su mirada llena de asombro, de extrañeza y quizás de dolor se nubló, como si no comprendiera y no esperara una muerte tan inesperada.

Pasaron unos segundos que duraron décadas.

Suspiró, retiró el brazo lentamente, dejando de apuntar al cadáver. Guardó el arma con toda tranquilidad, se acomodó el saco, la corbata, el desaliñado peinado. Y mirando a la perpleja audiencia dijo:

-...Como decía: no toleraré interrupción alguna en mi clase, cuando esté hablando ni en ningún otro momento, ¿alguna duda jóvenes?

No hubo más preguntas.

miércoles, 25 de mayo de 2011

¿Quién eres?

-¡…Entonces tú eres el niño que me hacía llorar!- atacó Paloma al joven sorprendido por el señalamiento que le hacía la linda muchacha que acababa de conocer.

-¡En serio!, no recuerdo quién eres, ¡dime cómo te llamas…!-


Paloma es una joven de 18 años de complexión delgada y frágil, aprovecha asertivamente su figura vistiendo pantalones de mezclilla entallados y de colores pastel que no cualquier joven mexicana puede lucir. Tez clara que la adornaba múltiples pecas en su cara y hombros, atractivamente cubiertos por la caída juguetona de un cabello quebrado castaño claro, mismo que enmarca unos ojos color miel haciendo juego con una sonrisa seductora siempre protagonista donde sea que se presente.

Cuando la vio Leonardo no pudo evitar sentirse atraído por ella. Iba caminando en los pasillos de la Universidad a la que asistía cuando de pronto la vio dirigiéndose hacia él. Iba vestida con una camiseta blanca con el estampado de un grupo de música pop y una chamarra que aparentaba ser de piel color negro. Hacía contraste con unos jeans rosas, era inevitable no llamar la atención del muchacho de 20 años, de complexión delgada y de metro ochenta de altura. Fue una sorpresa verla acercarse y hacerle plática de la nada. Leonardo no se consideraba una persona que atrajera a las muchachas guapas como ella.

-¿Tú ibas a clases de inglés para niños, hace muchos años aquí en la facultad? - Ella le preguntó con gran curiosidad en sus ojos tan llamativos y llenos de vida.

-De hecho sí- respondió de forma sencilla el joven, inseguro frente a la mozuela.
-Pero antes eras gordo y estabas lleno de pecas o barros ¿no?- declaró de forma agresiva Paloma, pero con un tono de voz que hacía de su sinceridad un deleite al oído. ¡Qué dulce voz tiene!

-Eh… así es- aceptó el joven, ahora intimidado y confundido ante tal información que poseía la atractiva joven y que él ocultaba de su recuerdo inmediato. Odiaba como era físicamente de niño.

-¿Te llamas Leonardo verdad?- Paloma preguntó de forma directa.
No tenía qué ocultar, esta muchacha en verdad lo conocía de algún lado, para qué ocultar su pasado si ella conocía su peor época aparentemente -Sí, me llamo Leonardo-

-¡Entonces tú eres el que me hacía llorar!- Atacó Paloma

-¡En serio!, no recuerdo quién eres, ¡dime cómo te llamas!- Dijo Leonardo casi suplicando, ¿cómo es posible que él, una persona insegura y que pasaba sin ser notado en cuenta pudiera lastimar a una persona como esta guapa muchacha?

-Me llamo Paloma- otorgó la joven, haciendo un ademán con el cuerpo, parecía que daba un brinquito –Tú me molestabas todo el tiempo en clases, tú y tus amiguitos con los que jugabas futbol y al trompo- Dijo la muchacha con un tono en la voz que aludía a una víctima, sin embargo con un registro lleno de emoción y una sonrisa extendida por toda su cara. –Eras muy abusivo, eras enorme y yo no podía hacer nada, me hacías llorar mucho- Su declaración no concordaba con el dulce gesto que pintaba con maestría en su rostro.

-¡Paloma! Claro que me acuerdo de ti. ¡Oye!, estás idéntica, pero antes usabas diademas y siempre traías una sudadera rosa- el recuerdo asaltó la mente de Leonardo, ¡cómo no recordarla!, si fue de las primeras niñas de las que estuvo enamorado. Por ende, de las primeras niñas que aborreció y molestó hasta el cansancio.

Ash! Ya sé, odio ver las fotos de cuándo era niña,… ¡pero no me cambies el tema! ¡Tú me metiste a un bote de basura…! - Siguieron platicando y más tarde riendo de un pasado que tenían ambos guardados por casi la mitad de sus vidas. ¿Cómo es posible que de la repulsión que sintieran de niños, entre ellos haya surgido una amistad tan instantánea?

miércoles, 4 de mayo de 2011

La Última Frontera



La fantasía de los glaciares ocupando el horizonte del océano congelado. Isletas invadidas de pinos cubiertos del azúcar glas típicos del paisaje helado. La fauna imposibles de ver en la línea cercana al Ecuador: los simpáticos frailecillos chapoteando en las gélidas aguas, los enormes alces atravesando las carreteras, al bosque y a la niebla. Era lo que mis padres habían deseado conocer, ver y sentir: el viaje de sus sueños. Que nos habían compartido a mi hermana mayor y a mí, cuando teníamos 18 y 16 años.



Un año para Alaska.



Planear un viaje no es tarea fácil, sobre todo si se trata de un viaje familiar. La tarea se hace más ardua cuando la responsabilidad sobre la economía y en las comodidades se extiende más allá del propio pellejo. Sin embargo mis padres (con recién medio siglo cumplido de edad) estaban muy entusiasmados con el viaje que asaltaba su almohada cada noche: un viaje en crucero desde Alaska a Vancouver, Canadá.

Como grandes estrategas la planeación se extendió por más de un año, al grado de que los ingresos se dividieron en dos partes: por un lado mi padre (diseñador gráfico egresado de la UAM Azcapotzalco que trabajó por más de veinte años en Petróleos Mexicanos) se esforzó por cubrir todos los gastos propios de la manutención de una familia de cuatro integrantes más mascotas (dos perros pequineses y dos tortugas japonesas de orejas rojas) para poder ahorrar, sin que la cartera sufriera, los ingresos totales de poco más de un año por parte de mi madre (psicoterapeuta de escuela gestaltista) dedicando únicamente sus ganancias al futuro viaje rumbo a la última frontera americana. Lo que ganaba mi madre era puntualmente depositado en la alcancía tradicional: el cochino banco.

El trabajo fue duro pero no sacrificado, puesto que la ilusión de cumplir una meta y un sueño alimentaba las ganas de seguir esforzándose por parte de mis padres. Por otro lado mi hermana y yo, como jóvenes cómodos y acomodados de la clase media mexicana, simplemente esperamos a que el momento llegara, aguardando con cierta impaciencia, como quién espera a que un pastel salga del horno, a que el viaje estuviera por fin listo.

Llegó el momento, después de la investigación y reinvestigación para comparar precios, itinerarios, vuelos y sus escalas, decidió el matrimonio lleno de expectativas y según los ingresos alcanzados adquirir un plan de viaje en los cruceros Carnival. El viaje iniciaría desde la parte más fría, Alaska, hasta la ciudad de Vancouver con un calor propio de un puerto costero en verano. Nuestro viaje iniciaría el tres de Julio del año 2007.




El viaje: más divertido que el destino...


Aunque no era la primera vez que viajábamos en avión, teníamos un buen rato de no hacerlo. Personalmente no recordaba con cuánto tiempo de anticipación hay que llegar al Aeropuerto Internacional del a Ciudad de México; ni tampoco cuánto hay que optimizar el equipaje (el menor número de maletas para evitar documentarlo y poder llevarlo en la cabina, eliminando la posibilidad de que éste tomara un vuelo distinto al nuestro); tampoco recordaba la leve sensación de dejar el estómago atrás al despegar el avión. Dejamos suelo mexicano a las 5:00pm aproximadamente.

Para mi hermana y para mí resultaba divertido pelearnos por ver quién ganaba la ventana, observar las nubes pasar es algo digno de recomendarse. Parecíamos niños, estábamos contentos y nos reíamos de nuestras ocurrencias sin importar las miradas de nuestros compañeros de tripulación. No nos preocupó el indagar si disfrutaban al mismo grado que nosotros nuestros padres, si entendían el inglés de las aeromozas o del piloto a través del altavoz. Aunque ya no éramos unos pequeños sabíamos que nuestros padres estaban a poca distancia de nosotros (¡y cómo no iba a ser! para entrar a un avión hay que hacerlo con calzador), confiábamos ciegamente en que estando ellos a unos pasos nada malo podía pasar ¡qué inconciencia de nuestra parte!

Dada la distancia que tendríamos que viajar, nuestro avión hizo escala en el aeropuerto de Dallas- Fort Worth, Texas. Después de tres horas de vuelo aproximadas, mi hermana y yo nos entretuvimos paseando por la hermosa Terminal, mientras aguardaban nuestros padres el siguiente vuelo pacientemente sentados o ¿nerviosamente asustados?.

A mi hermana y a mí nos llamó la atención como fuera de lo déspota de los agentes de inmigración, todos las personas que atendían las tiendas en la Terminal poco o mucho hablaban español. La diversidad cultural y étnica se denotaba en toda la gente que caminaba de un lado a otro. Nos maravillábamos con las máquinas servidoras, parecidos a las de dulces pero de lap tops, celulares y cámaras fotográficas. En resumen: las casi dos horas para abordar el avión se nos pasaron volando.

Volar de noche no es de lo más interesante. Después de despegar y disfrutar un rato de las luces de la ciudad que se dejan atrás, el espectáculo de la ventana se acaba, se apaga. La oscuridad invade el espacio y el avión parece que está sumergido en el fondo del mar mas que volando a kilómetros de altura. Mientras las risas de las aeromozas en la parte posterior del avión contrastaban con los ronquidos y los silencios de los cansados viajeros, nosotros jugábamos baraja y mis padres descansaban. Fue nuestra última noche oscura en varios días, nos acercábamos a Alaska.

Al llegar al Aeropuerto de Ancorage una luz pálida inundaba toda la ciudad. Camino al hotel donde nos hospedaríamos por una noche, nos percatamos que era de madrugada y seguía habiendo luz. Entre más se aleja uno de la línea del Ecuador las noches o los días (dependiendo de la estación) duran muchísimas horas más. Como viajamos en verano a nosotros nos tocó disfrutar de días interminables. Así que recorrimos las cortinas de nuestra habitación, nos ocultamos de la luz y descansamos aquella madrugada brillante de tantas horas de vuelo.



Alaska, frío recibimiento.



La tranquilidad de nuestro viaje terminó la mañana del cuatro de julio. Nos dirigimos a un edificio propiedad de la compañía de cruceros, servía de punto de reunión donde nos recogería el autobús que nos llevaría al barco más tarde. Llegamos varias horas antes de la hora marcada en que se supone que pasaría nuestro camión: las dos de la tarde.

Mientras mi madre, mi hermana y yo esperábamos en una salita en dicho lugar, mi padre se acercó a una empleada de la empresa de cruceros que estaba sentada tras un escritorio. Quería verificar que estuviéramos en el lugar correcto y a tiempo... Así era aparentemente. Cuándo él regresó para informarnos que sólo era cuestión de esperar cómodamente sentados por nuestro transporte, nos propuso que fuéramos al Museo de la Ciudad que estaba a unas cuadras del punto de reunión. Normalmente yo habría aceptado, disfruto de “pueblear” y de apreciar museos de historia y de arte, sobre todo en un lugar tan alejado había que aprovechar nuestra pequeña escala en Ancorage; pero era tal nuestro agotamiento por el viaje en avión del día anterior que preferimos esperar sentados. Quedamos en cuidar el equipaje de mi papá en lo que el salía a pasear. –Ahorita regreso – dijo. No quedó en volver a una hora específica porque quedaba tiempo, mucho tiempo.

Avanzaban los minutos. Mientras platicábamos mi madre, mi hermana y yo sobre el vuelo del día anterior, mi mamá se percató de que empezaban a llegar autobuses de la compañía de cruceros. La gente que junto con nosotros estaba sentada o paseando por el lugar, poco a poco iba tomando su equipaje y acercándose a los camiones de pasajeros, abordaban y partían.

Pero no podía ser ese... ni ese otro nuestro camión. Mi padre nos había explicado antes de irse al museo que faltaban horas para que llegara el nuestro, muchas horas. Él había ido a preguntar personalmente y confiábamos en su palabra. Entonces seguimos esperando. Vimos a la gente partir tranquilamente en esos autobuses rojos y dejarnos solos.

Después de más de una hora sentados esperando, mi madre se empezó a preocupar. La sala estaba casi vacía a comparación de cuando llegamos y mi padre no regresaba. ¿A qué hora llegaba nuestro camión? Fue entonces que mi madre nos pidió que esperáramos junto con el equipaje mientras ella iba a confirmar nuestra hora de salida... Regresó casi corriendo, pálida.
–¡Teníamos que haber salido hace casi dos horas! – dijo, entre asustada y desconcertada.
– Su papá entendió mal, confundió el camión que va al barco con el que viene del allá, ¡si no nos vamos ahorita perderemos el crucero! – se desató el drama.



El Dilema.



Una señora que trabajaba para la compañía de cruceros acompañaba a mi madre, nos decía que teníamos que tomar un taxi e irnos en ese instante, el último autobús ya había salido y no teníamos más tiempo que perder. Nos decía que contactáramos a mi padre para irnos lo más pronto posible pero ¿cómo lo íbamos a hacer? Nuestros teléfonos celulares eran inservibles en Estados Unidos y peor aún en Alaska; no teníamos la menor idea de dónde estaba el museo al que había ido; no sabíamos ni siquiera si él seguía ahí o ya venía de regreso al punto de reunión; lo peor: en su equipaje estaba su pasaporte y visa americana, sin ellos no podría alcanzarnos al barco por sí mismo (dónde te piden documentación como en cualquier oficina de inmigración) y tampoco podría viajar de regreso a Dallas ni a México en el peor de los casos.

– ¡Vámonos niños! – nos dijo mi madre, – Vámonos, algo se le ocurrirá a tu padre, no podemos perder el barco, no podemos perder tres lugares por error de uno – dijo.
–Pero ¿trae dinero mi papá?; ¿qué va a hacer sin su pasaporte?; ¿cómo va a saber dónde estamos sin celular?; ¿va a saber que el barco está ya por zarpar?; ¿va a saber que nos fuimos al puerto o va a creer que estamos paseando por la ciudad?. ¡No podemos dejar a mí papá aquí mamá! – Mi hermana, mi madre y yo estábamos histéricos, la señora que nos apoyaba no podía concebir la decisión de dejar a mi padre a la deriva en Ancorage, le ofreció a mi madre llevarnos en su propio coche, buscar a mi padre para salir disparados inmediatamente después rumbo al puerto... si es que alcanzábamos a llegar al barco. Que ya no era muy probable, había que tomar carretera.

Estábamos subiéndonos al coche cuando apareció mi padre doblando la esquina casi de milagro, sin el menor indicio en su cara de saber el drama que estábamos viviendo, ignoraba que había entendido mal el inglés, que estábamos por perder el producto de más de un año entero de trabajo, que estaba toda la familia histérica por un error aparentemente minúsculo y por nuestra misma histeria no había tiempo ni ganas de explicarle qué era lo que estaba sucediendo.

Así como de milagro llegó mi padre en el último momento, nos anunció la señora del crucero que le acababan de avisar por radio que un grupo de pasajeros había tenido un retrazo en su vuelo, un último camión los estaba esperando en el aeropuerto para de ahí llevarlos directamente al puerto. Teníamos que alcanzar a ese camión o habíamos perdido nuestro viaje.
Salimos del automóvil. Le agradecimos infinita y brevemente la ayuda a esa bendita y anónima señora, conseguimos un taxi en un día tan muerto como es el Día de la Independencia norteamericana y salimos rumbo al aeropuerto.



El Drama.



Fue el viaje en taxi más largo, angustioso y horrible de mi vida. Mi padre estaba sentado en el asiento del copiloto, se mantenía en un silencio tenso, no estaba enterado de todo el estrés que habíamos pasado hace unos instantes, mientas que mi hermana y yo sentados en el asiento trasero rodeábamos a mi madre que estaba en medio de nosotros, ella estaba hundida en lágrimas y en un llanto de desesperación y tristeza extrema. Nunca he visto llorar a mi madre como aquel día, nunca he temblado tanto como aquel día, nunca he sentido la angustia como la que sentí ese día. Ha sido uno de los peores días de mi vida.

El ambiente era tan pesado que el taxista no nos dijo nada ni nosotros nos fijamos en el paisaje helado que adornaba la vista, en el contraste verde y blanco que nos rodeaba mientras avanzábamos por la ciudad, sólo cruzábamos los dedos para llegar a tiempo y poder volver a respirar.

Casi como en una coreografía, nuestro taxi llegó cuando estaban abordando los turistas rezagados del aeropuerto. Le pagamos apresuradamente al chofer y brincamos del taxi al interior del camión. ¡Lo habíamos logrado, habíamos llegado! Tras una serie de minutos que no recuerdo cuántos fueron llegamos al inmenso barco rojo y blanco, después de abordar nuestro grupo cerraron las compuertas a nuestras espaldas y el barco zarpó.

Parecerá un evento no tan trascendente; pero el shock nos duró varios días, la tensión había hecho estragos en nosotros. Mi madre no se recuperó de la impresión que significó saber que casi perdió el viaje de sus sueños por no entender el inglés, al grado que cada vez que sonaba el megáfono del barco mi mamá ponía una cara casi de horror y nos preguntaba a mi hermana y a mí – ¿Qué dijeron? ¿Qué dijeron? –

El viaje en crucero abarcó a la ciudad de Sitka, Seward, Juneau, Skaway, Ketchikan a lo largo de una semana. En cada ciudad a la que llegábamos el barco paraba y bajábamos a conocer y pasear pero sin perder de vista al barco, revisábamos el reloj cada instante, no queríamos vivir ese horrible drama de nuevo. Así fue nuestro viaje de poco más de siete días en barco que concluiría en Vancouver, dónde en el calor de aquella bellísima ciudad descansamos del estrés alaskeño sólo un día, para emprender el vuelo de regreso a Dallas y de ahí a México D.F. ¡Lindas Vacaciones!



Mi madre y yo.



En el segundo día a bordo del barco, durante la madrugada sonó el altavoz del capitán invitando a toda la tripulación a ir al comedor. No comprendimos de momento cuál era el motivo; pero sabíamos que había que ir, era lo que escasamente habíamos entendido.

Mi hermana dijo que tenía demasiado sueño y no quiso levantarse, mi padre tampoco quiso separarse del camarote. Sólo mi madre y yo nos vestimos rápidamente y subimos los tres pisos desde nuestra habitación al comedor y descubrimos: la convocatoria era para un simulacro en caso de accidente en mar abierto.

Se nos informó que el simulacro era de carácter obligatorio, que teníamos que hacer caso de las indicaciones al pie de la letra, se nos iba a asignar en ese momento nuestra ruta de evacuación y nuestro barco salvavidas. Yo le iba traduciendo las indicaciones a mi madre mientras ella negaba con la cabeza lamentándose molesta, de que su esposo e hija nuevamente por falta de conciencia y de comprensión del idioma no estaban ahí presentes con nosotros.

Bajábamos las escaleras con nuestro salvavidas al cuello, escuchando la contradicción de que no corriéramos ni nos empujáramos; pero que teníamos escasos minutos para llegar a nuestro barco que nos salvaría la vida en caso de una tragedia. Mi madre que sufría de un problema en las piernas y rodillas (una dolencia al subir y bajar escaleras) me dijo: –¿te das cuenta hijo de que si este simulacro fuera en verdad un accidente, por la inconciencia de tu papá y hermana y mi problema de piernas, tendrías que dejarme aquí y salvarte tú?. En menos de media hora ya habrías perdido a toda tu familia...–

Ese viaje me dejó marcado, no por ver los paisajes helados, la fauna de Alaska ni la diversidad cultural y étnica. En ese viaje comprendí que me debía de hacer responsable de mí mismo todo el tiempo sin bajar la guardia. Que la familia es un equipo que debe de ser empático con todos sus miembros y debe cuidar de ellos siempre que fuera posible; pero en el peor de los casos y de no tener opción, yo era sólo un individuo y debía aprender a abandonarlos y seguir adelante, seguir mi camino. Nunca olvidaré mis últimas vacaciones familiares (porque nunca más volvimos a salir juntos), nunca olvidaré a Alaska.







miércoles, 27 de abril de 2011

Bosque de Planetas

Pensamiento sobre “Los Planetas: Venus” de Gustav Holst


De menos a más, la melodía inspira paz, una quietud que es seducida a un vals sutil de instrumentos de viento y un arpa juguetona. Pero sin perder su atractivo de pasividad y ligereza. Tal vez se vislumbra esperanza o una curiosidad por conocer, algo que invita a ir más allá; pero una invitación amigable, sin riesgos, alegre. Una invitación pura y sincera.

Recuerda a un bosque por la mañana, en una aparente soledad que no es así. Los rayos del sol entran entre las copas de los árboles bañando con su luz poco a poco al piso del bosque, a las piedras y a la vegetación que crece junto a las raíces de los árboles.

El frío de la noche que cubría la zona, como una sábana pesada sobre las hojas de las plantas y la humedad del aire, es sustituida por chorros de luz que calientan pequeños dibujos formados sobre toda superficie. Creciendo conforme avanza el tiempo, dichas proyecciones brillantes, parece que se escurrieran como de una fuente no líquida, productos de la luz penetrante a través de la espesura de los grandes sombreros de los árboles, que bailando al son de la brisa, como si se alegraran de que la mañana llegara a saludarles, cantan una canción a coro, con pequeñas voces que invaden todo el bosque, brindando a todo que tenga la suerte de escuchar su canto matinal, una melodía sabrosa, como el sonido de las olas rompiendo contra la playa.