viernes, 17 de mayo de 2013

Tenga para que se entretenga. (Pastiche. Homenaje a José Emilio Pacheco)



Alejandra vivía en un complejo de apartamentos junto con su hijo Daniel de 6 años. Como ella acudía a la universidad y vivía de la manutención del padre del niño, su suegra (doña Elena) cuidaba de Daniel por las tardes un par de horas en lo que ella salía de clases.
En el camino de regreso, Alejandra y Daniel pasaban por un terreno baldío, que en alguna momento había sido una tienda con un amplio estacionamiento, pero debido a la ubicación de éste, fue demolido para hacer un paso al desnivel y evitar el tránsito que se armaba todas las mañanas y también por las noches sin falta. Dicha construcción por su magnitud era realizada sólo muy entrada la noche, por lo que en la mayor parte del día se había convertido en un gigantesco arenero donde a todos los niños del barrio les gustaba jugar, incluyendo Daniel.
Un día como cualquiera, Alejandra y Daniel pasaron frente a dicho terreno, Daniel le pidió a su mamá pasar a jugar y como cualquier otro día Alfonsina aceptó sin ninguna objeción.
Normalmente Alejandra se sentaba en un pedazo de concreto a observar a su hijo jugar con los otros niños, sin embargo ese día estaba desierto el lugar. Alejandra tuvo un mal presentimiento pero no quiso decepcionar a Daniel, pues ella sentía una terrible culpa siempre que su hijo se ponía triste.
Alejandra se sentó en el mismo pedazo de concreto con la mochila y lonchera de su hijo a un costado y observó a Daniel correr y desaparecer hacia los montículos de arena y grava. Le gritó que no se alejara mucho, y no dejó de hacerlo hasta que Daniel le respondió con otro grito a lo lejos: “¡Sí mamá!”.
Alejandra se tranquilizó cuando al poco rato regresó Daniel con una niña como de su edad, supuso que debían de haber otras personas al otro lado del terreno.
- Mamá, ¿le puedes cuidar sus cosas a Alfonsina?
A Alejandra no le hizo mucha gracia tener que hacerse cargo de las cosas de otro chamaco, para eso estaban sus papás.
- Dice que si su patrón la ve jugando con los periódicos le van a pegar - Dijo Daniel extendiéndole un pequeño paquete con periódicos enredados con un largo trozo de mecate.
Fue cuando Alejandra se dió cuenta del aspecto deplorable de la niña: iba muy sucia y descalza vestida con un vestido largo y blanco, claramente de tipo indígena. Estaba llena de polvo que la hacían ver de tez blanca con un par de trenzas que le caían por los hombros. Elvira en un silencio que resaltaba el blanco de sus ojos.
Alejandra sintió lástima de la niña y de todos los niños que se veían obligados a trabajar todavía en aquella época.
-Esta bien, pero nada más un ratito que hay que hacer la tarea, ¿eh Daniel?
Los niños se alejaron corriendo contentos hacia las montañas de tierra que doblaban su pequeña estatura. Alejandra tomó el pequeño paquete de periódicos y lo guardó en la mochila de Daniel y se puso a escuchar música con su celular.
Pasaron unos quince minutos.
- ¡Daniel! ¡Ya vámonos! - Gritó Alejandra. Cómo no recibió respuesta lo volvió a hacer un par de veces. Ninguna respuesta.
Alejandra comenzó a asustarse, agarró sus cosas y caminó hacia la tierra gritandole a Daniel, buscó por los montones de tierra sin ver siquiera alguna pista que ayudara a ubicar dónde habían estado jugando los niños. Alejandra entró en pánico.
Al otro extremo del terreno vió a un par de jóvenes más chicos que Alejandra, tal vez de 15 años, claramente se escondían para fumar alguna porquería, pero en su desesperación a Alejandra no le importó acercarse y pedirles ayuda. Los jóvenes la vieron muy consternada y mientras uno la tranquilizaba y le hacía preguntas el otro llamó por teléfono a quién sabe quién. Al poco rato el lugar se llenó de gente buscando a los niños por todos lados, después llegó la policía, al final la prensa.
La búsqueda de Daniel y Elvira se prolongó por más de un mes, llenándose de problemas debido a que el terreno era una obra pública y estaba prohibido el acceso civil. Los medios se dividieron, unos en favor de Alejandra y otros en su contra, tachándola de mala madre. Al poco tiempo el caso aburrió en los medios y debido a la inexistencia de pistas las autoridades dieron a Alejandra por loca y tras culpar a los jóvenes de cómplices de una red de trata de personas abandonaron las investigaciones y dieron el caso como cerrado.
Antonio Sandoval, compañero de generación de Alejandra (quién estaba interesado sentimentalmente en ella aunque ella ni lo sospechaba) con el pretexto de que el tema de su tesis tenía que ver con la ineptitud de las autoridades del municipio, consiguió que Alejandra lo recibiera en su departamento y le contara toda la historia de primera mano.
- De verdad lo siento mucho -  dijo Antonio, muy sensible ante el relato y sin saber qué decir.
Hubo un silencio incómodo. Alejandra estaba como perdida desde entonces y su mirada estaba llena de tristeza.
- ¿Crees que la niña haya tenido algo que ver? - Antonio rompió el silencio.
- ¿Perdón? - Alejandra regresó de su transe.
- Simplemente me parece extraño que los papás de Alfonsina no hayan ni siquiera tratado de contactarte para saber qué pasó con su hija. -
- Sabes, no había pensado en eso. - Alejandra se sentó al borde de su asiento, interesada en la reflexión de Antonio.
- Por lo que sé que ha salido en los medios, además de tu declaración no hay otra evidencia de la desaparición de la niña. Supongo que alguien por mucho o poco se debiera hacer responsable de ella ¿no?
Se iluminó la cara de Alejandra. Salió corriendo rumbo a su cuarto y regresó con la mochila de Daniel.
- Se me había olvidado por completo, Daniel dijo que Alfonsina tenía miedo de que su patrón le pegara si la veía jugando y algo le pasaba a los periódicos y me los dió... - Dijo mientras abría el cierre de la pequeña mochila. -Tal vez en el paquete viene alguna dirección, un teléfono o algo que nos diga quién es Alfonsina -
-¡Y tal vez ellos sepan dónde está Daniel! - Se emocionó Antonio al haber sido mínimamente de ayuda.
En eso Alejandra sacó el paquete de periódicos, rompió el mecate que estaba muy desgastado y desdobló un ejemplar, decía “El Hijo del Ahuizote”
- ¿El hijo del Ahuizote? - Dijo Alejandra con la voz a punto de quebrar.
- ¿Qué no es de antes de la... Revolución? - Agregó Antonio y se quedó mudo. Se voltearon a ver. Alejandra recordó el aspecto de Elvira y cayó en cuenta lo extraño de su aspecto, y de hasta lo extraño de su nombre para la época (¿Alfonsina? quién se llamaba así en estos días).
Desde que Alejandra juró reconocer a Alfonsina en una vieja fotografía de Revolución, se le puede encontrar en la Hemeroteca, con Antonio, tratando reconocer la cara de su hijo Daniel en alguna fotografía con más de 100 años de antigüedad.